Wednesday, March 21, 2007

Hola

Hola... ¿Min?

Si has entrado a este blog luego de una invitación, no te vayas, lee esto...

La extrañaba, realmente la extrañaba, pero más extrañaba esa sensación de satisfacción que me hacía sentir... ¡Diablos, como besaba!, ¡Cómo solía tocarme y provocar en mí una erección inmediata!, no es que sea cursi, pero la verdad lo que mejor sabía hacer era besarme, de hecho hacer el amor con ella no tenía ningún chiste sin sus besos.

Bueno no hay que exagerar, sí tenía chiste, pero esa destreza suya al hacer el amor, quedaba opacada por su manera brillante de besar, ¡Carajos! ¡Ella se entregaba en un beso! Cuando me besaba ya gemía de una manera que no había escuchado, y sus labios se posaban en los míos ¡tan perfectamente! su ritmo, su cadencia, su modo de mover la lengua dentro de mi boca, los giros de su rostro ante el mío mientras lo hacía.

Mientras su delicada y agitada respiración daba calor a mi bigote y mis mejillas, sus duchas manos se encargaban de desnudarme sin darme cuenta, pues yo estaba embebido en sus labios palpitantes. Era evidente como disfrutaba la cabrona, como con toda conciencia me hipnotizaba con sus labios y su lengua, teniéndome a su merced muy bien sabido.

Luego su boca abandonaba la mía para dirigila a otros lares, a mi miembro enrojecido, que clamaba por un beso, para luego ser sorbido, disfrutado y embebido, una y otra vez sin freno y sin lamentos, sin pausa y sin pudores, hasta el instante justo del prefacio de esa obra que comenzaba a escribirse en nuestras carnes, con nuestras lenguas, nuestras llemas y sus viajes en la tersa curvatura de aquel, nuestro mapa sudoroso, violento y resbaloso, húmedo y vibrante como feria enloquecida.


Esa obra, comenzaba en su fiereza, en su lamento inocultable de mil jadeos, remolino rijoso y rebozante, entre brillos de piel en la penumbra, entre golpes de piel con piel y chasquidos de lúbricas fricciones, su jadeo, que casi conmocionaba en gritos, hacían entonces imposible detener el torrente que de mi interior se derramaba, y ella entonces, al sentir la savia ardiente en sus adentros, vociferaba un orgasmo entrecortado con violencia, trazando un rojo pentagrama en mis espaldas, para después languidecer en la ternura....

¡Carajos! ¡Como la extrañaba! en las tardes, en las noches, ¿la extrañaba? ¡Chingaos! ¡como la extraño!